El pasado jueves has fallecido en Madrid. Me he enterado por la prensa, como casi todos en este orbe y me ha conmovido la noticia.
Confieso que cuando recibí en mi mail tu última columna albergaba la esperanza de que no fuera una decisión irreversible y así te lo hice saber:
Querido Carlos Alberto, te mando un fuerte abrazo con el agradecimiento infinito por tus columnas que voy a extrañar. Gracias también por dejarme difundirlas en Diario Exterior. Modestísima iniciativa que naciera en 2004 y en la que siempre me he sentido muy acompañado por ti. Hoy recuerdo nuestros muchos encuentros en España y por toda América, y también con los proyectos que juntos hemos impulsado. Pude abrazarte y conversar brevemente contigo en los 20 años de la FIL y dar un beso a Linda, tu extraordinaria mujer a la que rindo también admiración y gratitud. Espero que nos podamos ver y estoy casi seguro de que esta no va a ser -no puede ser- tu “última” columna.
“Mi querido Pablo, Gracias por esas palabras tan cariñosas. Guardo muy buenos recuerdos de ti y de la colaboración con FIL. Linda y yo te damos gran abrazo, CAM”. Fue tu respuesta breve y nada me hacia imaginar que fuera una sencilla y cariñosa despedida.
Un amigo común, destacado y universal amigo, nos contaba a los dos -en improvisada tertulia de esas que te gustaba armar en los momentos de espera y entreactos varios- que si las obras de los hombres eran capaces de sobrevivirlos, parecería lógico pensar que para esos hombres pudiera existir algo… después de la propia vida.
Me acuerdo cuando en 2007 la Comunidad de Madrid te concedió el premio a la Tolerancia. Entonces, en este Medio, reflexionaba sobre tu trayectoria, en patrias, exilios, dogmatismos, pensamientos únicos y libertades. Hoy, al decirte hasta luego, desde un convencimiento que nace de una opción muy libre, quiero darte las gracias por tu vida y por tu obra ejemplar y… sigo pensando, que nos hemos de ver de nuevo.