los méritos para haberse quedado más debajo de sus resultados han sido mayores que la suma finalmente obtenida
La pregunta que se hace mucha gente, tras las elecciones en Cataluña, es si la derrota del PSOE tiene que ver, tiene la justa relación o se compadece, con el desgaste político territorial, local y nacional, de este partido, la magnitud de la crisis económica y la inoperancia para afrontarla con eficacia, el fracaso estrepitoso de la fórmula del gobierno tripartito, la falta elocuente de carisma del candidato Montilla o la impresión generalizada de ausencia de algún proyecto ilusionante de futuro. O con todo a la vez y por su orden.
Si sumamos, imaginariamente, la porción de rozadura que las distintas circunstancias adversas han podido ocasionar en las expectativas electorales de esta fuerza política, habrá que concluir que el batacazo ha sido más suave de lo que cabría suponer.
Es decir, los méritos para haberse quedado más debajo de sus resultados han sido mayores que la suma finalmente obtenida. Podrá haber sido para los analistas un descalabro histórico, una bajada espectacular de escaños, un correctivo mayúsculo o una catástrofe política sin paliativos, pero pienso que, en la extraordinaria hostilidad del ambiente, el PSOE ha salvado los muebles. Lo ha hecho también la propia participación electoral que se auguraba bajísima.
La siguiente cuestión planteada es si estos resultados se pueden extrapolar a las próximas convocatorias electorales. Naturalmente, los vencidos se apresuran a decir con mucho énfasis que no y a darle a su desgracia una dimensión coyuntural y sin contagios posibles. La reacción es de oficio, pero no es probable.
Mientras tanto, casi 600.000 catalanes siguen pensando que Zapatero y Montilla son la solución a sus problemas. Me parecen muchísimos.
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