Oriente Próximo, Política

Estado Islámico: Ellas también quieren disparar

Unas doscientas mujeres occidentales se han unido al grupo terrorista en Siria e Iraq. Querrían casarse con un “mártir”, fundar el nuevo “califato” y combatir. El fanatismo no es la única causa de su decisión.


 Una mujer completamente ataviada con el hiyab —prenda de vestir que le cubre todo el cuerpo, excepto los ojos— enseña en un sitio web cómo aderezar un pollo según una deliciosa receta vietnamita. En la cocina, además de sartenes y cazos, hay un singular “utensilio”: el fusil AK-47 de lagourmet, quien además de dedicarse al plato, diserta sobre la necesidad de adelantar la yihad contra los “perros estadounidenses y británicos”. La salsa del pollo se ve espesa, aunque quizás menos que el odio…

Como ella, nacida y crecida en una nación europea, hay otras que han partido de los aeropuertos occidentales para unirse al Estado Islámico (EI) desde que este recrudeció su ofensiva en Iraq y Siria. Según el Terrorism Research and Analysis Consortium (TRAC, un compendio electrónico de datos e investigaciones sobre terrorismo, con el que colaboran más de 2000 expertos), las extranjeras reclutadas por la organización terrorista son unas 200, de 14 países, con lo que constituyen el 15 por ciento de los reclutamientos en el exterior.
 
Muchas llegan con la ilusión de casarse con un guerrero, el cual, si muere en combate, le otorga mayor prestigio a la viuda; otras llegan acompañando a sus maridos, por lo que reciben mayor paga de parte de los mecanismos pseudo-estatales establecidos por la organización terrorista; otras arriban con la creencia de que empuñarán un rifle y participarán en las acciones armadas, o con el objetivo de asistir en la retaguardia a los que llegan heridos. Incluso las hay que expresan vivo deseo de decapitar a rehenes occidentales.
 
La mayoría tienen entre 18 y 25 años, y proceden de familias inmigrantes asentadas en Europa
Con tan variopintas metas, algunas satisfacen su expectativa de estar participando en algo grande, trascendental —la fundación de un “califato” después de tantos siglos no es poca cosa—; otras, deseosas de pegar tiros, se resignan o contentan con cocinar y limpiar la casa, tal como hacían en Occidente, y otras se arrepienten una y mil veces de haberse involucrado con esta panda de crueles fanáticos, pero no pueden volver atrás..
 
Poca teología
Los perfiles de muchas de quienes se embarcan en el seguimiento del EI tiene varios puntos en común, independientemente de sus lugares de origen. Se estima que la mayoría tiene entre 18 y 25 años, y que en buena medida proceden de familias inmigrantes asentadas hace ya algunos años en Europa occidental, pues los inmigrantes recién llegados del mundo árabe y musulmán, conocedores de la deplorable situación de derechos humanos, pobreza y fanatismo que se vive en sus países, no suelen enrolarse en causas tan turbias.
 
Los expertos observan además que, más que un puro sentimiento religioso, las motiva una cultura de la protesta, una necesidad de separarse de la familia y hallar su propio espacio. Algunas no saben a derechas de qué va exactamente el Islam: “Hay gritos, banderas negras y los cánticos de los vídeos, pero se preocupan poco de la teología”, explica a la cadena Deutsche Welle la británica Katherine Brown, experta en terrorismo en el King´s College.
 
Se trata incluso, en muchos casos, de jóvenes que no proceden de familias practicantes del credo de Mahoma, sino que han ido radicalizándose a partir de los atractivos mensajes que el EI y sus simpatizantes cuelgan en las redes sociales, según refiere la antropóloga francesa Dounia Bouzar, quien coordina el Centro de Prevención de Excesos Sectarios vinculados al Islam. “Es una mezcla de adoctrinamiento y seducción”, afirma, y añade que las conscriptas “suben a FB las imágenes de barbudos príncipes encantados”.
 
Algunas de las que fueron ardientes militantes del EI terminan por enfriarse
 
En ayuda de esta manipulación viene el testimonio de quienes ya se han consolidado en el “paraíso” yihadista y hacen lo suyo por animar a las indecisas: “No hay placer como sentarse a conversar con las hermanas que esperan noticias de aquellos maridos que han alcanzado el martirio”, expresa desde Raqqa (Siria), una de las militantes más activas, la escocesa Aqsa Mahmood, quien junto a sus palabras de “amor y gratitud” hacia sus correligionarios, pide que Alá le conceda ser la primera mujer que decapite a un occidental.
 
“No vamos al combate, pero…”
Como toda tropa que necesita aumentar su número, el EI precisa de nuevos adeptos, y las mujeres vinculadas a la organización se encargan de hacer una sugestiva labor “pedagógica”. Un grupo yihadista femenino, Al Zawraa, abrió recientemente página en Internet con el objetivo de adoctrinar a eventuales interesadas en su particular interpretación de la ley islámica. Además de recetas de cocina, enseñan cómo utilizar de armas de fuego, cómo aplicar cuidados médicos y cómo difundir de modo más eficaz los argumentos del EI en las redes sociales.
 
La mencionada A. Mahmood imparte consejos sobre cómo unirse al EI, qué vestimenta empacar y qué detalles no olvidar —“necesitáis un buen par de botas para el invierno (…), poneos todas las vacunas necesarias antes de partir”—. No obstante, a las que quieren acción rápida les tiene una mala noticia: “Quiero ser franca: no hay ninguna posibilidad de que las hermanas participen en la Qitaal (los combates). Hay multitud de hermanos que aún no han sido elegidos para participar. Ojalá en el futuro”.
 
En lo que llega —o no— ese momento, las “hermanas” se entrenan en el tiro con fusiles y armas cortas, y ejecutan pasos de infantería, entre otros menesteres militares, según se ve en losvídeos promocionales. Pero también se dedican a tareas vergonzosas, como vigilar los improvisados burdeles en que el EI mantiene como esclavas sexuales a unas 3.000 mujeres capturadas durante su ofensiva. Además, se han integrado en una brigada femenina encargada de velar por que se cumplan las estrictas normas impuestas a las féminas en las áreas bajo su control, como que no dejen a la vista ni un centímetro de piel más del necesario, o que salgan a la calle únicamente acompañadas por un hombre.
 
La sensación de pertenecer a un proyecto importante, puede funcionar psicológicamente como un mecanismo de redención
 
En este contexto tan gris, algunas de las que fueron ardientes militantes del EI terminan por enfriarse. “Ven las masacres, las bombas, y entienden que han sido engañadas”, asegura la socióloga Bouzar. Tal ha sido el caso de dos adolescentes austríacas, de 15 y 17 años, que seis meses atrás prepararon las maletas y dejaron solo una nota a sus familiares: “No nos busquen; vamos a servir a Alá y a morir por él”.
 
Lo poco que se sabe de ellas es que están en Raqqa, casadas con terroristas, embarazadas, y con deseos de regresar a casa.
 
Mirar adentro, mirar afuera
Si las austríacas se largaron, otras chicas han sido detenidas a tiempo en los aeropuertos o en las fronteras terrestres. En un abarcador artículo, el diario El País cita el caso de una joven melillense, Fauzia Allal Mohamed, de 19 años, interceptada cuando pretendía cruzar a Marruecos para contactar con una red que la llevaría hacia la zona de conflicto en Siria e Iraq.
 
Su historia se enmarca en Melilla, en un contexto de barrios depauperados, de hogares de bajos ingresos, de opresiva presencia del narcotráfico ante la impotencia policial, justo al que llega como tabla de salvación la versión extremista del islam —la de “los barbudos”, como los llaman allí— a pescar en el río revuelto de los excluidos.
 
El espejismo de un “califato”, la sensación de pertenecer a un proyecto importante, puede funcionar psicológicamente como un mecanismo de redención para aquellos que siempre han viajado en vagones de segunda, cuando no junto a la caldera. Quizás urge una introspección: si el Estado no se hace presente en esas zonas con políticas sociales más efectivas, más guiadas por el sentido de la justicia que por el factor económico de qué es rentable y qué no, algunas otras “Fauzías” seguirán sintiéndose atraídas por el “paraíso” del EI.
Habría que repensar, además, la proyección exterior de los países europeos, que a veces causa malestar no solo más allá de las fronteras de Occidente. La inacción de varios gobiernos ante el bombardeo israelí contra zonas civiles de Gaza, el pasado verano, o ante los ataques del ejército sirio contra su propio pueblo, ha sido el pretexto de algunos —y algunas— para cerrar la casa en Glasgow o Londres e irse a plantar una siniestra bandera negra en el desierto iraquí.
 
Definitivamente, aguzar la mirada hacia adentro, pero también hacia afuera, puede quitarles trabajo de encima a quienes intentan detener al extremista poco antes de abordar del avión. Que no siempre logran detenerlo.

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