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No es fácil, desde la ONU, ocuparse del hambre en tiempos de guerra

Enfrentar en conjunto las consecuencias del hambre supone lamentablemente tener que vencer obstáculos institucionales y burocráticos de distinto tipo.


Las Naciones Unidas y muy especialmente su Consejo de Seguridad, conforman un instrumento absolutamente esencial para el mantenimiento de la paz y seguridad internacionales. Pero lo cierto es que los conflictos armados no sólo generan muerte y desolación, sino también otros graves males, como la tragedia del hambre. Resolver este último problema nunca es fácil, porque las partes que se enfrentan en los conflictos armados impiden, de las más diversas maneras, la distribución de alimentos entre las poblaciones civiles que sufren las consecuencias de la guerra. Además, porque quien tiene hambre, no se detiene a escuchar. No puede.
 
Enfrentar en conjunto las consecuencias del hambre supone lamentablemente tener que vencer obstáculos institucionales y burocráticos de distinto tipo. La situación humanitaria actual en la región de Tigray, en Etiopía, así lo demuestra. Una vez más.
 
En efecto, el Consejo de Seguridad ha tenido dificultades casi incomprensibles en definir el “formato” de las reuniones que son necesarias para ocuparse de la cuestión del hambre. Tan es así, que han habido ya cinco reuniones sobre el tema, que se realizaron utilizando el ítem de la agenda: “cualquier otro tema”, en el formato clásico de las reuniones cerradas del organismo.
 
En rigor, el tema del hambre en Tigray no ha estado específicamente incluido en la agenda del Consejo. Sus miembros han –curiosamente- preferido discutirlo en un raro y difuso marco de discreción, como si se tratara de una cuestión confidencial, que no puede revelarse al gran público.
 
No obstante, como la situación del hambre en Tigray ha continuado agravándose, ya hay quienes ahora proponen discutirla en el Consejo de Seguridad, aunque bajo el tema genérico de “inseguridad alimentaria”. Lo que sucede en Tigray –cabe señalar- ocurre también en el Congo, en el noreste de Nigeria, en Sudán del Sur y en Yemen. No es una situación aislada, entonces. Es un problema frecuente, entonces. Consecuencia directa de las guerras.
 
Las organizaciones civiles que siguen de cerca la labor del Consejo de Seguridad estiman que el 20% de la población de Tigray puede estar ya sufriendo hambre. Entre otras cosas, porque el 90% de las cosechas y el 80% del ganado han sido sustraídos por los grupos armados que participan en el conflicto local.
 
A lo que se suma exceso de agua, la pandemia, y hasta una lamentable invasión de langostas.
 
Dos Miembros Permanentes del Consejo de Seguridad, esto es China y Rusia, parecen –por alguna extraña razón- preferir que el hambre -como tema- no acceda a la agenda del organismo a la manera de cuestión a resolver por la comunidad internacional.
 
De alguna manera suponen que ello podría dañar o complicar las relaciones, siempre tensas, entre Etiopía y Eritrea. Parece increíble, pero en los hechos, del hambre se habla en conversaciones informales, como si ese tema fuera una suerte de “tabú” que exige ser resuelto en voz baja.
 
La situación actual supone, de alguna manera, que hablar del hambre pudiera interferir con el ejercicio de la soberanía del país en donde ella se exterioriza. Lo que es un “sin-sentido”.
 
Pese a todo lo antedicho, el 22 de abril pasado, en un Comunicado de Prensa, el Consejo de Seguridad logró expresar su preocupación conjunta por el hambre que afecta a la población de Tigray, aunque en abstracto, esto es sin referirse, además, al tema de los derechos humanos en esa región.
 
La aparente ausencia de avenidas para tratar, a nivel del Consejo de Seguridad, la cuestión del hambre ha (de hecho) desplazado el tratamiento del tema hacia otros escenarios. El 10 de junio pasado, en la reunión del G-7, la embajadora norteamericana, expresando su propia visible frustración, instó a todos a tomar medidas concretas para paliar el azote del hambre. El mensaje fue claro. Contundente. Pero el tema requiere algo más: acción, lo que no aparece.
 
Parece mentira, pero ni las muertes ni las hambrunas han empujado al Consejo de Seguridad a enfrentar, con decisión, la cuestión de cómo paliar el hambre que, desgraciadamente, es un subproducto frecuente de los conflictos armados.
 
Todos parecen autodefinirse como “humanitarios”. Pero al tiempo de tratar de enfrentar al hambre hacen, curiosamente, muy poco para que ese azote sea enfrentado y desaparezca. Es hora de cambiar, por cierto. Pero nadie parece estar dispuesto al primer paso. Ni tener demasiado interés en hacerlo. Raro.
 
 
 
(*) Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.
 
 

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