Europa, Política

Final anticipado del ciclo laborista en Reino Unido

Los problemas internos que lleva sufriendo el Labour Party es un fenómeno que no se podía ocultar por más tiempo y los resultados en las elecciones celebradas a la alcaldía de Londres y a los ayuntamientos de Gales e Inglaterra han sido el mejor ejemplo.

EDITORIAL
Derrota sin paliativos. Fracaso total. Consecuencias impredecibles. Si extrapolamos sus resultados al contexto de unas generales, el laborismo sería la tercera fuerza política con un 24% de los votos, por detrás incluso de los Liberales-Demócratas…y de los tories, que tendrían un 44%.

Con este panorama desolador, ¿qué estrategia va a seguir Gordon Brown?. Cualquier opción que baraje se presta a que de ella sólo se extraigan lecturas negativas: si adelanta las elecciones, el triunfo tory es más que seguro; si las retrasa, no hay pruebas de que vaya a obtener mejores resultados, sino más bien de que se produzca una acentuación del distanciamiento con el electorado y con su propio partido.

Además, este proceso de descomposición del Labour ha tenido un aspecto que ha coqueteado con el surrealismo: el hecho de que la posible victoria de Ken Levingston en Londres fuera vista como la salvación. Se trata de un fenómeno contradictorio porque poco o nada ha tenido que ver el ya ex alcalde de Londres con las políticas asociadas al Nuevo Laborismo…y cuando no, ha sido un ferviente crítico de aquéllas y de su impulsor, el ex Primer Ministro Tony Blair.

Sin embargo, los ocho años de gobierno de Ken “el Rojo” han tocado a su fin, por causas como el desgaste pero también, no podemos obviar este hecho, por esa combinación de exceso de centralización y dirigismo que caracteriza a la izquierda y que ha topado frontalmente con el espíritu liberal de la City.

Otra incertidumbre que se nos plantea tiene que ver con los excelentes resultados cosechados por los tories, ¿han recuperado la confianza de los británicos o, por el contrario, se están beneficiando del castigo a los laboristas? No es fácil responder ni acertar. Lo único cierto es que tras los desastrosos liderazgos de Hague, Duncan Smith y Howard (a los que se podría añadir perfectamente el de John Major en el periodo 1992-1997), los conservadores más que optar por discursos y políticas concretas, han optado por el impacto mediático de sus figuras, tesis que tiene su máximo ejemplo en Boris Johnson, nuevo alcalde de Londres. Asimismo, la otra parte de la estrategia ha consistido en la renovación generacional del partido, con la dupla Cameron-Osborne y con el euroescepticismo como nexo con la generación anterior.

En definitiva, previsiblemente nos esperan dos años hasta que los británicos se llamados a las urnas para elegir a su Primer Ministro. El peligro es que durante este lapso de tiempo la política británica se caracterice por medidas que busquen resultados a corto plazo y la captación del voto, y no por solucionar los problemas reales. Incluso, y lo que es peor, que tenga lugar una marginación de la política internacional, escenario éste donde la tendencia histórica de Downing Street por promocionar políticas como el libre comercio, los derechos humanos o el imperio de la ley, ha sido, es y será muy necesaria.

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