Todos los ministros europeos, que saben que se avecina una crisis, están muy preocupados porque piensan que es lo peor que podría ocurrirles a sus compatriotas. Lo peor, en realidad, era la burbuja inmobiliaria, unos mercados financieros cada vez más fraudulentos y un deterioro del poder adquisitivo humillante para los jóvenes que buscan su primer empleo y los profesionales de baja cualificación.
Es verdad que muchas personas se van a la calle sin merecerlo y que algunos conservan la riqueza que cosecharon durante varios años de negocios extravagantes. Desde esta perspectiva, tan cierta como parcial, las crisis son injustas, crueles e inaceptables para cualquier Gobierno que aspire a la reelección.
Por suerte, existe otra visión menos sombría. Los revolcones económicos suelen ayudar a que los precios se reduzcan hasta el nivel en el que la mayoría de la gente no tenga que hipotecar su vida para acceder a un piso sin goteras. También obligan a los especuladores, padres de familia y empresas transnacionales, a que empiecen a apostar por la producción de aquellos bienes y servicios que mejor se ajustan a las necesidades de los consumidores. Finalmente, los profesionales más productivos ven cómo sus largas jornadas de trabajo se ven recompensadas con empleos más estables y salarios más altos.
Otro motivo por el que las crisis tienen tan mala fama es porque las interpretan muchos de los que nunca las han sufrido. Es sabido que la inmensa clase media lo pasa peor con las burbujas de todo tipo, que destrozan su poder adquisitivo y les impiden disfrutar o hacer que sus hijos disfruten de los premios de su esfuerzo, que con una crisis que les obligue a cambiar de empleo mientras el Estado les ayuda a adaptarse lo antes posible a las nuevas demandas del mercado.
Hablar de grandes números, como la inflación o la balanza por cuenta corriente, cuando miles de familias se enfrentan a una situación que no buscaron jamás suena cínico y complaciente. Sin embargo, lo que todas las crisis nos demuestran es que a medio plazo los recursos productivos aumentan su eficiencia, es decir, que los trabajadores vuelven a ocupar otro puesto, que las empresas que quiebran encuentran su relevo, que los jóvenes se ponen al día de la formación que les ayudará a colocarse mejor y que los precios de los productos básicos se acercan más a lo razonable que durante todo el período de bonanza.
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