Política

¡Qué pequeño es el mundo!

Santi Lucas
La noticia es realmente curiosa. El presidente del gobierno español, Rodríguez Zapatero, no viaja al exterior. Su agenda política internacional es escasa y alicorta. Según se ha publicado, en los últimos tres meses sólo visitará la capital comunitaria europea.

Esta inactividad en el exterior puede responder a dos razones. Una intensa, acaparadora y absorbente ocupación en los asuntos internos, como consecuencia de la inestabilidad política del gobierno, o una ausencia clamorosa de proyecto y de proyección internacional del país. Es claro que, ninguna de las dos es una hipótesis conveniente ni útil para defender los intereses generales de España.

El presidente Zapatero ha encontrado, desde el primer momento de su llegada al poder, muchas dificultades para trazar un plan internacional, que sea beneficioso para nuestro país y tienda a reforzar en todos las direcciones las alianzas más valiosas y adecuadas. La frialdad de las relaciones que mantiene España con Estados Unidos en este momento, traducidas ya en una simbólica y reiterada negativa de Bush a entrevistarse con Zapatero, es algo más que un distanciamiento diplomático circunstancial respecto al país más poderoso de la Tierra. Es un error estratégico garrafal de la política exterior española, que no se quiere enmendar, porque ni siquiera, a pesar de la evidencia, se quiere reconocer abiertamente como tal.

Respecto a Europa las cosas no están mejor. La inicial e inquietante confianza de Zapatero con el eje franco-alemán ha dado paso a una indiferencia y distanciamiento de las grandes potencias europeas a los que no han sido ajenos algunos pasajes de una torpe mundología del Presidente y su canciller.

En suelo iberoamericano es donde, seguramente, mejor se aprecia la desorientación de la política exterior española. A España se le asocia con los regímenes menos saludables y ejemplares de aquel continente. No sabemos si Bolivia, Cuba o Venezuela se felicitan de su privilegiada ligazón con Zapatero, porque este una voluntad consciente de aproximación y sintonía con sus gobiernos, o porque la indigencia de nuestra política internacional no permite otras relaciones ni otros movimientos mucho más cercanos a la vocación democrática y liberal de España en aquellas tierras.

Podríamos, de la misma forma, lamentar desaciertos y carencias en otras partes del mundo y ante compromisos y responsabilidades muy importantes que se han arrumbado en los dos últimos años. Mal asunto que un gobernante español diga en tan poco tiempo que ¡qué pequeño es el mundo!

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