África, Política

La “captura del Estado” en la realidad de la política contemporánea

Lo de Zuma, en Sudáfrica, confrontado con lo que nos ocurre en la Argentina, nos recuerda rápidamente a Plutarco y a sus “Vidas Paralelas”.


El “Congreso Nacional Africano”, el partido político sudafricano que liderara el ejemplar Nelson Mandela, ante la sórdida realidad de estar frente a una ola generalizada de corrupción intensa que flotaba en derredor del ex presidente Jacob Zuma y su entorno inmediato tomó, en febrero pasado, una decisión valiente e inevitable a la vez: la de removerlo del poder y del partido. Lo que, como alguno sostiene, demuestra que las instituciones de pronto se doblan o se aflojan, pero que es bastante más difícil eliminarlas o destruirlas, sin para ello mostrar un perfil autoritario.

Esa ola corrupta ha sido tan grave, extendida y profunda, que debió ser definida como un fenómeno político nuevo, el de la “captura del Estado”, frase que, en castellano, podría quizás ser reemplazada por una más gráfica, la del “secuestro del Estado”.

Cualquiera sea la definición que sea adoptada, se trata siempre de describir un lamentable fenómeno contemporáneo: el del ejercicio del poder público subvirtiendo las instituciones de modo de ponerlas al servicio de utilizar masivamente los recursos financieros públicos para enriquecerse ilícitamente y/o para mantenerse en el poder.

Ese fenómeno, está claro, no nos es, para nada, desconocido y está llevando a que algunos de nuestros propios ex gobernantes estén siendo personalmente cuestionados y deban ahora comparecer ante la Justicia para rendir cuentas y responder a las acusaciones concretas de corrupción a nivel nacional y provincial.

Se trata del mismo fenómeno que, en Sudáfrica, enfrenta el desprestigiado Jacob Zuma, que parece haber explotado ya también entre nosotros, con apellidos y personajes argentinos. De perfil patagónico. Ocurre que existe la sensación de que en nuestro país hubo recientemente quienes, desde el poder político, transformaron el espacio político en una suerte de coto de caza propio o de confuso escenario en donde hacer florecer la corrupción, de mil maneras.

En Sudáfrica, la corrupción del ex presidente Jacob Zuma terminó con sus ambiciones y con su carrera política. Sin que, pese a todo, el riesgo consiguiente de que pague sus fechorías con tiempo entre rejas parezca todavía cercano.
Y proyectó, en cambio, al estrellato a Cyril Ramaphosa, el nuevo líder del partido de gobierno que se transformó rápidamente en presidente interino y convocó a nuevas e inmediatas elecciones. Ramaphosa, recordemos, es un ex sindicalista, transformado en muy poco tiempo en un nuevo millonario, que integra la elite de color que hoy controla económicamente a Sudáfrica.

Lo de Zuma, en Sudáfrica, confrontado con lo que nos ocurre en la Argentina, nos recuerda rápidamente a Plutarco y a sus “Vidas Paralelas”. Con tanta claridad, que no nos hace falta explicar el porqué.
 

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