Al Profesor Ramiro Molina, experto en Economía Internacional
Esto significa rescatar la discusión sobre si debe permitirse que el precio para la moneda extranjera lo fije la dinámica correspondiente al mercado o si al gobierno corresponde controlar el precio correspondiente a estas divisas. A algunos puede parecerle que el debate está superado o sólo es relevante para economías latinoamericanas como Venezuela y Argentina donde el Gobierno fija precio para el dólar y establece mecanismos oficiales para su compraventa. Lejos de ser un problema minoritario, se tiene que un mercado emergente tan importante como China aún controla gubernamentalmente el cambio entre el dólar y su moneda doméstica (el yuan, también llamado renmimbi).
Siguiendo la edición de The Economist correspondiente al 21 de Julio de 2012 se tiene un diagnóstico general sobre el asunto cambiario. En el artículo “The Great Slowdown” (La Gran Desaceleración), se encuentra este comentario (p. 10, traducción propia):
“Los tipos de cambio fijos fueron una vez la regla para naciones en desarrollo. Fueron una manera de mantener baja la inflación, mas también propiciaron excesivo endeudamiento en moneda extranjera, creando tensiones que eventualmente rompieron la fijación cambiaria. Con la inflación bajo mucho mejor control, los tipos de cambio flexibles (China es una gran excepción) y reservas internacionales bien dotadas ahora dominan en el mundo emergente, proveyendo protección contra caídas en las exportaciones y retiradas de inversionistas foráneos”.
El caso venezolano sirve como contraejemplo. Allí se perpetúa el cambio fijo. Cuando el bolívar inicia su depreciación frente al dólar, los productos importados –usualmente denominados en dólares- comienzan a costar más bolívares; ante el peligro inflacionario, se fija el precio del dólar y usualmente se le deja más barato respecto a lo que debería costar. El resultado es que artificialmente el bolívar queda fuerte, propiciando que los venezolanos aprovechen para comprar dólares, endeudarse en moneda extrajera y hacer más importaciones. En condiciones de mercado, el dólar debería fortalecerse, con la consiguiente devaluación. La única salida para mantener el bolívar al precio que desea el gobierno es crear controles de cambio, racionando los dólares para el sector importador, los viajeros al exterior y las remesas a venezolanos que viven fuera del país. Surge entonces un mercado paralelo, donde el dólar sí cotiza a mayor precio. Comienzan a consumirse Reservas Internacionales para satisfacer la demanda de divisas, ya que los ciudadanos quien aprovechar que el bolívar oficial es artificialmente fuerte y adquirir dólares, los cuales pueden revender en el mercado paralelo o guardar como inversión. Los exportadores intentarán desviar producción hacia el extranjero. Así que lo que nació como un intento por controlar los precios de importaciones termina degenerando en escasez de divisas, mercancías y consumo de Reservas Internacionales, añadiéndose problemas como fraudes en exportaciones, importaciones, viajes y hasta sobornos a empleados públicos administradores de los ansiados dólares. El resultado termina siendo que se consumen Reservas, el tipo de cambio se dispara, los precios también y se ha creado una distorsión que desde lo económico se propaga hacia lo político e incluso la moral colectiva. Venezuela ha vivido esto periódicamente desde 1983, con la creación de RECADI, luego con el segundo gobierno de Caldera y ahora con Chávez. Argentina sigue ahora el ejemplo venezolano.
En el caso chino el asunto es distinto: se intenta mantener el yuan con menor valor del que le corresponde –se mantiene la moneda devaluada artificialmente- para propiciar exportaciones –los productos chinos se hacen artificialmente baratos en dólares-. Esto ha sido objeto de fuertes críticas por la Organización Mundial de Comercio y Estados Unidos de América. Lo que ha mitigado el tema es que los dólares obtenidos por los exportadores chinos termina yendo hacia inversión en deuda pública emitida por Estados Unidos, siendo que los dólares que pierden los estadounidenses en su comercio terminan volviendo como inversión de capital. Este caso chino lo pueden vivir economías que deseen mantenerse competitivas internacionalmente y crecer mediante exportaciones, perjudicando a sus ciudadanos mediante un encarecimiento de las importaciones. El ahorro se eleva, porque hay expectativa porque la moneda local se fortalezca, mas el desvío de producción hacia exportaciones puede generar encarecimiento en los precios domésticos.
Friedman considera esta distorsión cambiaria en su trabajo de 1953. Recurro a la traducción hecha en España sobre este texto, la cual fue publicada en 1967 y conseguí con un anticuario. Es una traducción muy bien hecha por Raimundo Ortega e integrante de una colección dirigida por el insigne economista español Enrique Fuentes Quintana. La referencia del texto es FRIEDMAN, Milton. Ensayos sobre Economía Positiva. Editorial Gredos, Madrid. El ensayo dedicado al tipo de cambio es “Defensa de los tipos de cambio flexibles”.
El ensayo de Friedman aboga por las ventajas que tienen los tipos de cambio flexibles sobre los fijos. En su época era un mensaje revolucionario, ya que el naciente Fondo Monetario Internacional propiciaba un arreglo cambiario internacional con tipos de cambio fijos. Las economías desarrolladas, especialmente las europeas y Reino Unido, funcionaban con cambios fijos. Así que Friedman, como sería usual en su obra, tomaba un camino poco transitado.
La situación venezolana y argentina actual ya eran anticipada por Friedman, meditando sobre quienes temían que la inflación interna empeoraría al encarecerse las importaciones y proponían entonces fijar el cambio. Dice Friedman (pp.172-3):
“Se argumenta que la elevación de los precios de los artículos extranjeros significará una elevación en el coste de vida, y esto, a su vez, originará demandas de elevación de los salarios, iniciando así el proceso tradicionalmente denominado ‘espiral salarios-precios’(…) Consecuentemente, continúa la argumentación, los precios de los artículos nacionales crecerán tanto como los de los artículos extranjeros de forma que los precios relativos permanecerán inalterados, y como no hay en el mercado fuerzas que tienden a la eliminación del déficit [comercial] que constituyó la causa inicial de la depreciación del tipo de cambio, son inevitables ulteriores descensos en los tipos de cambio hasta que no intervengan fuerzas ajenas al mercado”.
En esta primera parte de la reflexión, Friedman considera cuando las importaciones se encarecen y el tipo de cambio se está debilitando por empeoramiento en la balanza comercial –los ciudadanos prefieren productos extranjeros-. El temor entonces es que la importaciones más caras generen inflación local, tanto por los productos y servicios más caros que se traen como por la equiparación entre la producción local con los precios internacionales –si alguien produce el mismo producto importado, querrá llevar su precio a un nivel más cercano con las importaciones, si bien dejándolo algo por debajo-. El empeoramiento en la inflación llevará a que los ciudadanos pidan elevación en los salarios y entonces se agudiza tanto el déficit comercial –los productos locales son menos competitivos y se prefiere importar más-, junto con la propia inflación. Quienes temen que la situación se haga crónica abogarán por intervención gubernamental sobre el tipo de cambio, manteniendo la moneda local artificialmente apreciada para abaratar las importaciones y cortar el problema en su origen. Tal interpretación es miope, porque olvida que el tipo de cambio al devaluarse sucesivamente trae consigo la solución, ya que el déficit comercial se irá resolviendo, bajando la presión importadora. Friedman ataca el argumento esgrimido por los favorables al control cambiario:
“Es obvio que este argumento sólo es aplicable en circunstancias más bien especiales (…) Pero no puede constituir una objeción general a un sistema de cambio flexibles como estructura a largo plazo. No es aplicable a las circunstancias que determinan una apreciación de la moneda, sino simplemente a aquellas que determinan una depreciación (…) Igualmente, el argumento es poco significativo cuando la disminución de los tipos de cambios es reflejo de un abierto movimiento inflacionista en el interior; en ese caso, la depreciación es, claramente, más un efecto de la inflación que una causa de la misma. El argumento probablemente presente un mayor interés en los dos casos siguientes, a saber: cuando la situación inflacionista es reprimida mediante controles directos y cuando la depreciación ha sido producida por un cambio en la relaciones ‘reales’ de intercambio.” (p. 173)
Es decir, Friedman sugiere perspicazmente que la mayor demanda por importaciones y devaluación pueden provenir de una inflación que ya está en curso. Luego, lo lógico es controlar los precios domésticos –mediante mecanismos monetarios- que apelar a un tipo de cambio fijo. Deja abierta la cuestión, en cualquier caso, para casos en que hay ya en vigor políticas para combatir la inflación y cuando hay algún desajuste en el mercado internacional de bienes. Lamentablemente deja de desarrollar más esos dos casos interesantes, si bien queda claro que uno es, paradójicamente, un boom en las exportaciones. Venezuela ha vivido controles de cambio tras incrementarse el precio del petróleo que exporta y Argentina tras encarecerse internacionalmente la soja que manda al extranjero. Una respuesta a este boom exportador es que hay mayor poder local de compra por los exportadores y pueden traer productos extranjeros que localmente son más costosos, de peor calidad o simplemente inexistentes –maquinaria, bienes tecnológicos o bienes de consumo más exóticos-. El resultado es que empeora la balanza comercial – si bien es improbable que entre en déficit- y los precios locales se colocan bajo tensión inflacionaria. Controlar el cambio en esta situación puede ser una medida a considerar, mas seguramente conducirá al cuadro ya descrito de escasez, inflación y hasta corrupción administrativa. De hecho la medida de controlar el cambio es totalmente ilógica, porque el enredo acá es que el boom exportador está apreciando la moneda local frente al dólar y mantener controlado el cambio lo que hace es evitar la devaluación necesaria para corregir la balanza de pagos en alguna medida. El tipo de cambio artificialmente alto lo que hace es traer más importaciones y empeora las exportaciones de otros productos más sensibles al tipo de cambio; además propicia que salga dinero local hacia el exterior y hacia las divisas, empeorando la disponibilidad en capital para inversión local. Esto es apenas un esbozo sobre cómo controlar el tipo de cambio es una solución improbable ante un boom exportador.
Normalmente cuando hay un incremento por la demanda en divisas es que algo anda mal con los precios o producción locales. Cuando los venezolanos o argentinos quieren ir hacia el dólar indudablemente están dando señales sobre una menor confianza en su moneda y revelando que esperan inflación, por lo cual quieren una moneda con mejor poder de compra. Muchos ciudadanos querrán mandar capital al exterior y los exportadores querrán colocar más mercancías internacionalmente, generando que las exportaciones aumenten (mejora en la balanza de pagos). Ante esa situación, algunos querrán que se controle el dólar. Meditando sobre este escenario, Friedman considera qué ajustes hay a disposición ante esta preferencia por moneda extranjera que algunos denominarían “fuga de capitales”:
“Supóngase que el efecto global de las modificaciones de las condiciones que afectan a la balanza de pagos ha originado un aumento de la demanda de una determinada divisa que es superior a la oferta de esa divisa al tipo de cambio en vigor, y que es la creación de un incipiente superávit en la balanza de pagos. ¿Cómo podrían conciliarse ambas tendencias? 1) La divisa en cuestión puede subir de precio [devaluación de la moneda local]. Este aumento del tipo de cambio tenderá a hacerla menos apetecible en relación con las monedas de otros países, eliminando así el exceso de demanda al tipo de cambio anterior. 2) Pueden subir los precios dentro del país, haciendo que sus productos sean menos deseados que los de otros países, o pueden aumentar los ingresos dentro del país con lo que aumentará la demanda de divisas. 3) Imponiendo un control directo a las transacciones de divisas se puede impedir que los poseedores de saldos de divisas adquieran la cantidad de moneda nacional que desearían de no existir dicho control (…). 4) El exceso de demanda de moneda nacional puede ser resuelto mediante reservas monetarias, añadiendo la moneda extranjera adquirida a las reservas de divisas – las autoridades monetarias (el fondo de estabilización de cambios u otra institución similar) pueden intervenir con un ‘deseo’ de comprar o vender la diferencia entre la cantidad demandada y la ofrecida por otros” (p. 154).
Lo que se saca en claro de este párrafo es que el deseo de hasta pedir dinero prestado en moneda local para colocarse en moneda extranjera, puede ajustarse de cuatro formas. Una es la devaluación, otra es que los precios locales aumentan y resten poder de compra, que se coloquen controles administrativos sobre la compraventa de monedas y finalmente usar las Reservas Internacionales para equilibrar el mercado. Friedman lo pone más sintético en sus conclusiones:
“Después de todo, existen únicamente cuatro medios para enfrentarse con las presiones de balanza de pagos ocasionadas por cambios en las circunstancias que afectan a las transacciones internacionales: 1) equilibrando las modificaciones de las divisas-reserva; 2) por medio de ajustes en el nivel general de precios y renta interna; 3) por medio de ajustes en los tipos de cambio, y 4) con controles directos en las transacciones con el extranjero” (p. 193)
Así que la inflación, el control sobre el comercio y la restricción a compraventa de divisas, junto a disposición sobre las Reservas Internacionales son alternativas a dejar fluctuar la moneda y que el tipo de cambio haga el trabajo por sí solo para poner orden en las salidas de capital. El análisis revela que las tres alternativas a dejar flexible la moneda son peores en eficiencia y equidad.
Sobre el empleo de Reservas Internacionales, Friedman es categórico: “Para movimientos de gran magnitud y larga duración no es deseable una utilización exclusiva de las reservas, y, a ser posible, lo mejor es no utilizarlas en absoluto.” (p. 163)
Un argumento relevante en sintonía con la preferencia por el tipo de cambio sobre otras alternativas es que este es un precio más fácil de ajustarse que otros en la economía. Siguiendo a Friedman:
“Si los precios internos fueran tan flexibles como los tipos de cambio, desde un punto de vista económico no tendría relevancia determinar si los ajustes habían sido producidos por variaciones de los tipos de cambio o por variaciones equivalentes de los precios internos. Pero esta condición evidentemente no se cumple. El tipo de cambio es potencialmente flexible mientras no exista una acción administrativa que lo congele. Al menos en el mundo moderno, los precios interiores son altamente rígidos. Son más flexibles al alza que a la baja, pero incluso en el alza no todos los precios son igualmente flexibles” (p. 158)
El pensamiento de Friedman sobre los precios considera en especial las rigideces provenientes de negociaciones colectivas de salarios con sindicatos y salarios mínimos. Está claro que empeorar la renta real local para disuadir en la compra de divisas es un camino controvertible y donde las dosis de esfuerzo serían mayores y menos predecibles sobre sus consecuencias.
La aversión a dejar fluctuar la moneda puede provenir de una confusión entre fluctuación de la moneda e inestabilidad en esa moneda. Friedman distingue rápidamente: “Primero, defender tipos de cambio flexibles no equivale a defender tipos de cambio inestables. El último objetivo a alcanzares un mundo en el que los tipos de cambio, aunque puedan variar libremente, sean de hecho estables en grado sumo. La inestabilidad de los tipos de cambio es un síntoma de inestabilidad de la estructura económica subyacente. La eliminación de este síntoma congelando administrativamente los tipos de cambio no resuelve ninguna de las dificultades de fondo y lo único que se consigue es hacer más penoso el ajuste estructural” (p. 152). La inestabilidad en la moneda suele reflejar que otras cosas andan desajustadas en la economía, como la inflación o el comercio. Lo habitual es que las fluctuaciones en el tipo de cambio sean más o menos regulares y dentro de cierto rango. Además, el mercado de divisas tiende a ser líquido e incluir tipos de cambios para distintos plazos, más allá del actual; este es el trabajo hecho por los mercados a futuro y otros derivados sobre la moneda, donde los comerciantes e inversionistas pueden protegerse ante fluctuaciones adversas en el tipo de cambio, lo cual es un importante beneficio. En tal sentido, la compraventa especulativa de divisas añade profundidad al mercado y por ello Friedman afirma: “Yo, a pesar de la opinión general en contra, tengo grandes dudas acerca de si, de hecho, los efectos de la especulación de divisas son desestabilizadores” (p 167).
El prejuicio contra el cambio flexible también proviene de preferencias por colocar como objetivo para la política económica el tipo de cambio. Una bandera atractiva para algunos políticos es fijar como meta cierto tipo de cambio, en lugar de elegir otras alternativas para la lucha contra la inflación, como son la oferta monetaria y los tipos de interés. Friedman expresa:
“Unos tipos de cambio rígidos, se ha afirmado, proporcionan a los gobiernos un símbolo por el que luchar – pueden fijar su bandera en el mástil de unos determinados tipos de cambio y resistir a las presiones políticas en favor de medidas que serían inflacionarias en nombre de la defensa de los tipos de cambio” (p. 170).
En realidad esta meta política deja de lado cómo las fluctuaciones en el tipo de cambio, llevadas a cabo por ciudadanos comunes y especuladores, responden a la dinámica en los precios y son un buen termómetro. Si la moneda se está devaluando puede reflejar que hay inflación y los ciudadanos para proteger tanto capital como poder de compra quieren divisas. Sacrificar esa señal del mercado cambiario para la política monetaria es una gran pérdida.
Una analogía que Friedman propone sobre la ventaja que tienen los tipos de cambio son los horarios de veranos que usan las economías donde hay estaciones. El objetivo es ahorrar energía eléctrica mediante cambios en el horario. Un cambio en esa variable, la hora, atrasando o adelantando el reloj, es mucho más simple en obtener el ahorro que hacer un cambio en los hábitos de todos los ciudadanos. Una simple variable cambia las cosas de manera infinitamente más simple. Friedman usa el símil para señalar: “Es incomparablemente mucho más sencillo permitir que un precio cambie, concretamente el precio del cambio de las divisas, que confiar en una pluralidad de cambios en la multitud de precios que conjuntamente constituyen la estructura interna de precios” (p. 165).
En suma, es más eficiente y menos costos socialmente dejar fluctuar la moneda. Enfatizando esto, dice Friedman: “Hemos visto cómo los controles directos, con unos tipos de cambio rígidos y el uso oficial de las reservas monetarias, tiene por sí mismos unos efectos sorprendentes, al menos en las condiciones modernas; cómo pueden producir un ritmo y velocidad de reajuste considerablemente irregulares con etapas alternativas de reajuste excesivamente rápido o excesivamente lento, y cómo los controles directos pueden, en última instancia, conducir a formas de reajuste exactamente contrarias a las perseguidas” (p. 178)
Es, en suma, una advertencia pertinente para las políticas públicas. La estabilidad fundamental a perseguir es que la inflación sea baja y los tipos de cambio flexibles aportan buenas señales en ese objetivo.
A quienes temen al movimiento en el tipo de cambio porque creen que propicia incertidumbre, bien les vale lo que dice Friedman en la Conclusión (p. 192): “Sólo la prisión y el camposanto ofrecen una aproximación a la certeza”.
Por: Carlos Goedder
Cedice Libertad
Madrid, Julio de 2012