Política

El fracaso académico es el éxito de Ahmedinejad

EEUU fracasó a la hora de tratar de alguna manera — ya no digamos eficazmente — con el reciente golpe propagandístico de Mahmoud Ahmedinejad en suelo americano…

Walid Phares
Y este fracaso ilustra que la maquinaria jihadista global, tanto jomeinista como salafista, está ganando la parte de relaciones públicas de la guerra de ideas.

En cuestión de 48 horas, en jefe ejecutivo de uno de los regímenes más represores del mundo fue capaz de marcar puntos desde el podio de una de las universidades más prestigiosas en Estados Unidos y más tarde desde la Asamblea General de Naciones Unidas. Hubo cierta oposición al revisionista del Holocausto, y naturalmente muchos americanos se manifestaron en contra de sus comparecencias. Funcionarios de la ciudad de Nueva York se oponían a su visita a la Zona Cero, y americanos de origen iraní manifestaban su dolor por las torturas y la opresión que su régimen está provocando en su patria.

Pero al final de la campaña, el hombre que supervisa las operaciones terroristas contra soldados americanos e iraquíes, que amenaza con borrar a naciones enteras con armamento nuclear para que el mundo pueda vivir “sin ellas” y que respalda a Damasco, involucrado en el asesinato de políticos del Líbano, ganó la partida. Mahmoud Ahmedinejad llegó a Naciones Únicas y lo que es más importante, llegó al corazón de la Universidad de Columbia, marcando importantes puntos políticos contra los esfuerzos norteamericanos por contener el terrorismo, defender a las democracias y ayudar a los pueblos en peligro, incluyendo el de Irán.

Aunque el régimen iraní se haya implicado en importantes violaciones del derecho internacional y en la opresión durante más de un cuarto de siglo, la presente situación en Naciones Unidas impide incluso que la propia organización respete sus propios estatutos y la declaración universal de los derechos humanos. Incluso si el régimen ha oprimido y continúa oprimiendo a su propia sociedad, mujeres, estudiantes y minorías incluidas; a pesar del hecho de que los petrodólares de Teherán financian a Hamas y Hezbolá; y mientras es cuestión de tiempo que una bomba nuclear se encuentre en manos de los pasdarán, estas Naciones Unidas no pueden impedir que el símbolo de todas estas amenazas maneje sus asuntos a placer en la Asamblea General.

A falta de una reforma radical de la ONU, los criminales de guerra (especialmente si tienen el colchón de los ingresos del crudo) seguirán recibiendo honores en el edificio azul de Manhattan. Pero hubo cosas peores en suelo neoyorquino.

La dirección académica y administrativa de la Universidad de Columbia, dando al traste con el sentido común y manifestando una total falta de conocimiento, invitaba al hombre que juraba acabar con América y con otras naciones a su palestra para impartir doctrina a sus víctimas a través de los medios. No puedo culpar a Ahmdinijad por venir, puesto que es el enemigo. Pero debemos darnos cuenta de lo catastrófico que ha pasado a ser un gran segmento de la élite intelectual del país, lo suicida y lo ignorante.

Tras las fachadas de edificios arquitectónicos, de historia y de aspecto de prestigio, la dirección de Columbia parece primitiva en comparación con los duchos propagandistas del régimen iraní. De pie junto al astuto dictador, el presidente de Columbia debía pensar que manifestaba habilidades en juegos mentales mientras lanzaba unas cuantas preguntas “difíciles” a su invitado. Desafortunadamente para Estados Unidos, fracasó miserablemente, y con él, el nutrido estamento académico norteamericano. He aquí el motivo:

En primer lugar, en su autodenominada “crítica a Ahmedinejad”, que él pensó suficiente para justificar la invitación, el presidente, Lee Bollinger, decía que “muestra usted todas las señales de un dictador nimio y cruel”. El público tiene que darse cuenta de que en este juego de palabras, Bollinger no decía “es usted”, sino “muestra usted”, lo cual significa que da las señales, pero no está acusado de ello. En la realidad, la presentación fue una carta blanca de la que Ahmedinejad no necesitó disculparse. Para los conocedores de cómo los propagandistas desbordan a las democracias progresistas, la presunta crítica por parte del estamento académico norteamericano formaba parte del juego, ensayado ya por el orador iraní. Este fue el primer fracaso.

En segundo lugar, la dirección de Columbia, sus académicos e influenciados estudiantes, sacaban a la primera de cambio el argumento convencido e infumable de “necesitamos saber más de él”. Sí, es un pensamiento maravilloso, pero ¿por qué necesita el estamento de la liga universitaria escuchar personalmente un discurso del dictador iraní para conocer su manera de pensar? ¿Qué pasa con los programas multimillonarios que supuestamente enseñan sobre Oriente Medio, su política, sus ideologías… y sus líderes?

Ahmedinejad aparece constantemente en las noticias, informando al mundo de sus intenciones y sus objetivos. Él no es el disidente censurado al que hay que ceder la palestra, él es uno de los que censura, y al cederle el podio se le regalaba más tiempo aún para censurar aún más. Este fue el segundo fallo.

En tercer lugar, los defensores de la propaganda dictatorial argumentaban que “debe haber un diálogo” al menos. El presidente de Columbia y unos cuantos académicos decían inocentemente que iban a plantear “preguntas difíciles”; maravilloso, pero ¿por quién? ¿Y por qué estaban tan convencidos de que las iba a responder? ¿Ha sido el presidente Bollinger un preso político encarcelado en Teherán? ¿Ha sido torturado algún miembro del claustro por el régimen de los mulás antes de pedírseles desafiar a su criminal? Obviamente no. Si Columbia y los autodeclarados buscadores de la verdad hubieran querido lograr el objetivo encomiable y quisieran cuestionar mentalidades, habrían enfrentado a Ahmedinejad con un panel de disidentes iraníes. Así es como el progresismo americano se puede distinguir con inteligencia. Aquellos cualificados para cuestionar al hombre de los mulás son aquellos que han sufrido a manos de sus sicarios.

Si usted quiere jugar fuerte con una figura violenta como Ahmedinejad, no organiza conferencias de prensa en su nombre y llama “un diálogo” a impartir doctrina, mientras no hay ninguna parte destacada para responderle; y no encabeza al público americano con desgastados lemas de los años 90. Recuerde que la nación que sufrió el 11 de Septiembre se ha hecho más inteligente que su propia élite.

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