Pensamiento y Cultura, Política

La guerra santa y el movimiento pacifista

La más extraña de todas las relaciones entre facciones es la alianza pública que existe entre los jihadistas y el denominado movimiento “pacifista” neo-izquierdista en Occidente.

Walid Phares
El revoltijo de causas reunidas de cualquier manera es endiablado: fanáticos antiglobalización con el califato, lucha de clases con el wahabismo, los del proletariat con los infieles, y Corea del Norte y Palestina.

Mientras que están aún a la greña, los Rojos (neo-izquierda) y los Verde Oscuro (islamistas) están llevando a cabo una ofensiva conjunta tanto contra la América impulsora de la democracia como del Oriente Medio deseoso de democracia. No escatiman resentimientos viejos o nuevos.

Los wahabíes lucharon ferozmente contra los comunistas soviéticos en Afganistán;
La Hermandad Musulmana y los marxistas llevan décadas mordiéndose la yugular;
Los salafistas masacraron a los intelectuales de izquierdas en Argelia y asesinaron a los burócratas progresistas de Asia Central tras el colapso soviético;
Los Talibanes mataron a los socialistas y clausuraron instituciones artísticas;
El régimen jomeinista de Irán diezmó al Tudeh (Partido Comunista) en los años 80.

A pesar de toda la mutilación mutua por todo el Mediterráneo y por todo Oriente Próximo, una alianza contra natura era establecida por las élites de los dos bandos en los años 90, incluso al mismo tiempo que se derramaba sangre. Dejando ideologías e historia a un lado, los planificadores tácticos islamistas y los pragmáticos de la neo-izquierda convergieron gradualmente en un camino bidireccional contra las democracias liberales y el fantasma de un libre mercado y un Oriente Medio plural.

La preocupación jihadista por la implicación occidental en la región es lógica: unas sociedades libres en el mundo árabe y musulmán, integradas por fin en la comunidad internacional, harían pedazos el control del fundamentalismo sobre la cultura política de la región. Que los jóvenes árabes iraníes, además de las minorías, se integraran directamente en sociedades prósperas y pacíficas de corte occidental dejaría a los islamistas sin una base de la que reclutar.

El jihadismo se une al movimiento pacifista al mismo tiempo incluso que promociona la “guerra santa”, lo cual es la esencia de su rissala (misión). La ideología de salafistas y jomeinistas es prepararse para, movilizar para, incitar, e involucrarse en una guerra constante de jihad contra los infieles, que se supone que son todos aquellos que no son islamistas, musulmanes moderados incluidos.

A nivel teórico, la conexión jihadista con el concepto pacifista es imposible. Pero en el ámbito de la realidad, sí tiene lugar, principalmente a causa del cambiante “pragmatismo” de ambos movimientos antidemocráticos. Los islamistas radicales, como argumenté en La Jihad del futuro, han sufrido una mutación estratégica que les ha permitido coordinarse tácticamente con enemigos ideológicos, anarquistas, neo-marxistas y baazistas entre ellos.

El primer grupo, bajo el paraguas internacional de la neo-izquierda en Occidente, creó el movimiento pacifista, que recuerda al antiguo “movimiento de paz” de la Guerra Fría controlado por los comunistas.

Los islamistas encontraron más fácil insertarse como socios en un movimiento “pacifista” que en un movimiento “de paz”. En la práctica, en la aqida jihadista (doctrina), buscar la paz permanente con los demás es un tema que no existe, dado que la jihad es lucha constante al margen de su forma. El jihadismo es incapaz por definición de acomodar un movimiento de paz.

No obstante, la jurisprudencia basada en la al Haja (necesidad) permitiría que los jihadistas aceptasen un cese interino del conflicto y trabajasen en maneras más sofisticadas de detener guerras que no pueden ganar. Por tanto, detener una guerra que no puede ser ganada por ellos va en interés de los islamistas radicales, al menos hasta que el equilibrio de poderes se restaure y una guerra que se pueda ganar vuelva a ser posible de nuevo. Están en contra de la guerra de Occidente por motivos tácticos. Pero no están en absoluto a favor de la paz si no ganan ellos.

En el caso de la guerra contra el terror, los “islamistas políticos” son apoyados por el colectivo “contra la guerra” encaminado a detener los esfuerzos militares de los Estados Unidos y sus aliados contra las fuerzas terroristas de los jihadistas. De ahí que militantes islámicos colaborasen en las manifestaciones contra las guerras de Afganistán e Irak como medio de dar respiro a los Talibanes y Al-Qaeda. El movimiento pacifista evidenciaba su quebrada moralidad al manifestarse contra algunas guerras, pero no todas. Se manifestaba contra los esfuerzos militares por derrocar a los Talibanes y Saddam Hussein, pero ignoraba las guerras emprendidas por el régimen sudanés contra los pueblos africanos del sur y Darfur; se manifestaba contra la ocupación israelí de Cisjordania, pero pasaba por alto la ocupación siria del Líbano.

Lo que es peor, a los ojos de millones de habitantes de Oriente Medio, aparecían los tan publicitados “autobuses rojos” repletos de militantes pacifistas camino de Irak para “apoyar” al dictador Saddam Hussein. Viajaron desde Londres, Berlín y Roma por todo Europa Oriental sin una palabra de recuerdo a su lucha contra la ocupación soviética, y cruzaron Siria sin mirar los miles de presos políticos torturados y asesinados por el régimen baazista.

Y en un ejemplo de ironía, los autobuses atravesaron la siniestra Halabja, la ciudad kurda gaseada por Saddam Hussein en 1988, y pasaron por las fosas comunes chiítas para detenerse exclusivamente a “escudar” los palacetes de Saddam Hussein, construidos gracias a los ingresos del crudo que alquilaron los autobuses y alojaron a sus ocupantes en hoteles de lujo. Este movimiento pacifista era conveniente para los jihadistas, dado que forma parte de la guerra contra el ascenso de las democracias en la región. El movimiento, de naturaleza burguesa en su mayor parte, nunca se presentó en Darfur, entre los bereberes de Argelia o los libaneses bajo la ocupación de Siria, o para escudar a las mujeres de los Talibanes.

De ahí que para la audiencia mundial no fuera sorprendente ver a islamistas militantes en Europa tomando las calles junto a los “neo-marxistas burgueses” para protestar contra los gobiernos que apoyaban la guerra contra el terror. En Europa, la acción más reveladora de los militantes islamistas tenía lugar cuando — en el mismo año de los autobuses rojos — desfilaban en apoyo al gobierno francés contra la intervención norteamericana en Irak, y a continuación incendiaban tiendas y coches en 200 localidades y ciudades francesas durante una “intifada francesa”.

La manipulación jihadista de la “lucha” burguesa-neo-marxista ha jugado un papel central en las denominadas “manifestaciones masivas” en Occidente desde el 2002, y las propias concentraciones son un componente importante de la guerra de ideas contra las democracias. En los campus, tanto en Norteamérica como en Europa Occidental, el eje pacifista-jihadista ha hundido sus raíces profundamente, y gracias a las habilidades de los grupos anarquistas radicados en las universidades, los jihadistas han descubierto una tapadera bajo la que se pueden esconder el lugar de convertirse simplemente en miembros de las típicas Asociaciones Musulmanas Estudiantiles controladas por los wahabíes.

Pero este “matrimonio de conveniencia” con la extrema izquierda no ha disuadido a los jihadistas de celebrar otra boda simultánea con la extrema derecha. Pero esa es otra historia.

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