Un hombre desconocido, un funcionario como los hay a millones, ha sido protagonista de la vida internacional. Nicola Calipari, miembro de los servicios secretos de la república Italiana, ha muerto en Irak en combate.
Un hombre desconocido, un funcionario como los hay a millones, ha sido protagonista de la vida internacional. Nicola Calipari, miembro de los servicios secretos de la república Italiana, ha muerto en Irak en combate. Tras rescatar a la periodista Giuliana Sgrena, secuestrada por terroristas, la protegió con su cuerpo para cubrirla de los disparos de una patrulla norteamericana, que los atacó por error. Tales son los hechos. Pero sus consecuencias van mucho más allá.
Italia está en Irak. Su Ejército realiza una misión de paz avalada por la ONU, por la comunidad internacional y, sobre todo, por el propio Estado italiano en ejercicio de su soberana defensa del que considera interés nacional. Italia está en Irak, afronta un riesgo terrorista, sus ciudadanos y en especial sus militares mueren sobre el terreno. Pero no se retiran, no permiten que sus enemigos determinen su política exterior.
Nicola Calipari ha muerto, como antes que él murieron otros. Murió, por ejemplo, Fabrizio Quattrocchi, en abril de 2004, que fue secuestrado y bárbaramente asesinado por los que algunos llaman sesgadamente resistentes. “Vi faccio vedere come muore un italiano”. “Os mostraré cómo muere un italiano”, dijo a sus secuestradores; y cumplió. Un gesto rebelde y heroico, como el de Calipari, digno en otros tiempos de ser cantado, y en los nuestros, más prosaicamente, de gran importancia política.
George Bush ha visitado Europa en las últimas semanas. En España esta visita no ha recibido mucha atención, porque nuestro Gobierno sólo ha merecido una frase del presidente norteamericano, al menos en público. Sería interesante conocer su opinión en privado, y desde luego es interesante para España compararse con Italia.
Silvio Berlusconi no estuvo en las Azores, Tal vez no quiso, porque Italia intentó hasta el último momento una mediación que hiciese ceder pacíficamente a Sadam. Como en 1939, Italia no lo consiguió; pero sea como fuere España sí estuvo, y el anterior Gobierno nacional puso a nuestro país, en esta y en otras cuestiones, a la par de Italia o incluso por delante de ella, haciendo olvidar las grandes distancias que nos separan aún en demografía, en riqueza y en influencia. Pero España dejó el camino marcado, e Italia quedó casi sola en el Sur de Europa. Sus militares y sus funcionarios corren riesgos, ciertamente. Pero no es menos cierto que la contrapartida de ese heroísmo es un creciente peso en las cuestiones del mundo que España, en cambio, ha perdido.
A nadie agrada la muerte de un compatriota, y menos en acto de terrorismo. Pero ¿es la rendición la solución para el crimen masivo? Si fuese así, en la misma lógica por la que la izquierda hizo en España lo que hizo y la extrema izquierda (sólo ella) pide en Italia lo que pide, ETA habría dado lugar ya a un Estado vasco independiente. Y no es así.
Sobre la mesa de las relaciones internacionales Italia no sólo está poniendo ahora las decisiones de su Gobierno y de su Parlamento. Tiene de su parte, además, la solidez de su propia población, que no ha dado pie a los actos de histeria colectiva que España ha vivido. Y tiene, factor pequeño sólo en apariencia, el estilo y el heroísmo con el que sus gentes están sabiendo desempeñar sus funciones, y también morir.
Puede gustar o no la actitud de Berlusconi y de su ministro de Asuntos Exteriores, Gianfranco Fini. Pero las cosas son como son. Italia está en posición de pedir a Estados Unidos, por ejemplo, claridad y justicia sobre el error de los militares americanos que mataron a Calipari. Fini ha tenido plena autoridad moral para hacerlo, y sin duda Estados Unidos dará la satisfacción posible a ésta y a otras demandas. Lo ha dicho Francesco Storace, presidente del Lacio, para quien Italia “debe poner la muerte de Calipari en la mesa de negociaciones”, lo ha dicho Gianni Alemanno, que ha pedido “claridad y justicia”.
Italia son, hoy, Calipari y Quattrocchi. La mujer salvada por el agente muerto, Giuliana Sgrena, periodista en “Il Manifesto” -un diario comunista radical- ha dicho incluso que los americanos intentaron matarla deliberadamente. Pero lo cierto es que ella vive y está a salvo porque el Gobierno italiano ha sabido hacer su tarea, porque los ciudadanos le han respaldado y porque un hombre supo morir dignamente.
Estados Unidos no podrá devolver la vida a los muertos, pero deberá explicar este caso –y lo hará- y deberá reconocer la contribución italiana a las operaciones. Un factor tan nimio como un solo hombre, o unos pocos hombres, se convierte en un factor internacional decisivo. España no está en la misma posición. Ciertamente no porque nuestros soldados no sean capaces de eso y de más, sino porque se les ha negado la oportunidad de servia a su país, al nuestro, como ellos saben hacerlo. España ha optado por caminos muy alejados del heroísmo, y no puede decirse que nos vaya mejor que a Italia. Tal vez el futuro nos de opción a enmendarnos.
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