África, Economía y Sociedad

El paso al primer mundo, ¿todo vale?

Imágenes como la de un hombre metido en las hélices de un barco para cruzar el estrecho, nos hacen preguntarnos hasta qué punto todo vale. ¿Podemos permanecer sordos y ciegos ante la miseria, la hambruna, la falta de futuro de esas pobres gentes?


  

Durante los últimos días, todos nos hemos cansado de ver la imagen de un inmigrante que utilizó las hélices de un barco para cruzar el Estrecho de Gibraltar, desde Marruecos hasta la costa española. Cuando uno ve una imagen como esa, le viene una cuestión a la cabeza: Si una persona es capaz de meterse dentro del motor de un barco, ¿qué valor le da a su vida?
 
En primer lugar, si extrapolamos la dignidad de la persona a la dignidad de un pueblo, ¿Cómo no nos va a importar lo que les está pasando a los llamados inmigrantes? ¿Podemos permanecer sordos y ciegos ante la miseria, la hambruna, la falta de futuro de esas pobres gentes? Creo que no, de ninguna manera, me niego a pensar eso. Otra cosa diferente es la demagogia, el ser avestruces que escondemos la cabeza debajo del ala para no querer ver los problemas con los que nos encontramos.
 
Desde los países con economías desarrolladas, a veces la gente no se atreve a asomarse al tercer mundo  por miedo a que lo que vea no le guste. En televisión vemos imágenes de niños con redondas e hinchadas tripas, con el fondo de los ojos en color amarillo, mirando a la cámara como pidiendo ayuda. Eso existe. Es tan cierto, que esas personas llega un momento en el que deciden arriesgarlo todo y jugársela para poder ir en busca de una vida mejor. Quizás el fallo esté en que esas imágenes y campañas para pedir ayuda y participar en una ong, ya están demasiado vistas y no causan ningún impacto en la sociedad desarrollada. ¿Es por ello por lo que siguen existiendo estas desigualdades?
 
La llegada al primer mundo


En muchas ocasiones, la llegada no es la esperada. A ellos les cuentan que lo difícil es el camino, una vez que consigan el destino, las cosas serán mucho más fáciles. Podrán tener permisos de residencia, trabajos, casas…Sin embargo la realidad a su llegada es otra muy diferente en la mayoría de los casos. Las restricciones que viven muchos inmigrantes en sus derechos laborales y sociales, sus menores niveles salariales y la carencia de derechos políticos, da lugar a que muchos de ellos se conviertan en personas en riesgo de exclusión social cuando llegan a sus destinos migratorios. Lo cual abre el riesgo de evolución hacia un modelo con una sociedad dual, con un doble circuito de ciudadanía, con derechos, oportunidades y niveles de vida diferenciados entre sí.
 
Por tanto, los inmigrantes que deciden dar el paso al emprender esta aventura, se esperan un destino acogedor, cómodo y al menos más fácil que el que viven en sus países. Porque así es como se lo venden. Sin embargo, igual deberían saber que esas circunstancias que esperan a su llegada, no son tal y como las imaginan. Lo que para la sociedad desarrollada económicamente es síntoma de pobreza, como ir a albergues, comedores sociales, etc, para ellos es un lujo con el que no cuentan en su país. Por eso, por muy mala que sea su llegada al país de destino, nunca será peor que la situación del país de origen.
 
La cuestión ante la que nos encontramos no es menor, y del empeño que se ponga en hacer frente a los problemas planteados, y del éxito que se tenga en ello, va a depender la cohesión y el equilibrio social que pueda tener la sociedad en un futuro próximo, y también el propio sentido práctico de nuestra vivencia de la condición ciudadana.

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