Emilio Cárdenas
América Latina muestra –cada vez más claramente–países que tienen dos muy distintas caras y dos actitudes frente al mundo, bien distintas.
Una primera que luce ciertamente atractiva porque –con confianza en sí misma– no le teme a la globalización, ni a competir con todos en el escenario del mundo porque ha comprobado –con su propia modernización y con su acelerado crecimiento económico-social– las bondades de animarse a actuar en el mundo y tratar de aprovechar sus oportunidades.
Hay, no obstante, también otra cara –marcada por la mueca inconfundible de los resentimientos– que se niega obstinadamente a ver el mundo tal cual es, se encierra en sí misma y que, aislada de casi todos, acusa –arrogante e incansablemente– a todos los demás de sus propias penurias, con alguna frecuencia auto-infligidas, al menos en alguna medida.
Uno de los países que muestra la primera de esas dos caras es ciertamente Chile. En silencio, va ganando espacios y acelerando su crecimiento. Seguro de sí mismo. Marcando distancias económicas –y mentales– con algunos otros de la región.
A cada momento, Chile muestra su indeclinable vocación por el libre comercio (anatema para mentes como las de nuestros circunstanciales gobernantes). Por esto no sorprende que, después de una visita oficial a México, de tres días, la presidenta Michelle Bachelet haya suscripto un acuerdo de “asociación estratégica” (eufemismo frecuentemente utilizado para no hablar –con la claridad del caso– de “libre comercio”) con el país azteca. Se trata del primer acuerdo que estructura el libre comercio entre dos países de nuestra región y que incluye ahora las compras públicas, lo que, en palabras del presidente mexicano Felipe Calderón significa que los “proveedores chilenos van a poder venderle a mi gobierno como si fueran empresas mexicanas y vamos a avanzar sobre los servicios financieros”. Dos democracias sanas complementan así sus respectivas economías y generan oportunidades para sus empresarios, que seguramente crearán riqueza y empleo.
En idéntica dirección, Chile avanza ahora en sus relaciones con el vecino Uruguay, otro país que luce –sin duda– la primera de las dos mencionadas caras, la que no denuncia temor al mundo.
En efecto, la semana pasada, en Montevideo, ambos países analizaron sus posibilidades concretas de mayor cooperación económica, en sectores tan diversos como los textiles, maderas, algodón, naranjas, papel, cueros, calzados, software y piscicultura.
El próximo paso es la visita oficial de Tabaré Vázquez a Santiago, que procurará acelerar –para el comercio bilateral– la desgravación de aranceles del Tratado de Libre Comercio que Chile ya suscribió con el MERCOSUR (que está, como casi todo lo trascendente en el seno del MERCOSUR, absolutamente atascado, mientras la retórica oficial nos dice que todo avanza sin problemas, lo que sabemos que no es cierto).
Por esto, el ministro de Economía de Uruguay, Danilo Astori, acaba de señalar acertadamente que el MERCOSUR “está muy cerrado al mundo” y que “ha tenido muy escasa capacidad para acordar con otros proyectos de integración”.
Uruguay puede bien beneficiarse de la plataforma comercial chilena en su intercambio con Asia y con los Estados Unidos. En el segundo de los casos, porque Chile tiene –en su Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos– una cláusula que le permite exportar sin derechos productos con el 45% de contenido regional, lo que confiere un amplio margen para incluir en sus exportaciones al país del norte importantes insumos uruguayos.
Sabios los chilenos, porque advierten las oportunidades que brinda Uruguay, cuyo crecimiento en el 2006 fue de un 7%, debido a las exportaciones y al aumento de la demanda interna.
En 2005, Uruguay había crecido al 6,6% y, en 2004, un tremendo 12,3%, gracias al “efecto Batlle”. Por todo esto, la inversión en el Uruguay, el año pasado solamente, creció un 32%. Con la excepción del sector eléctrico, del gas y del agua, todos los sectores de la economía oriental crecieron vigorosamente. Las industrias manufactureras, un 8,5%. El campo, un 8,3%. Transportes y comunicaciones, un 12%. Y la construcción, la estrella del año pasado, un espectacular 14%. Las exportaciones, en ese clima, aumentaron un 7,6%.
El otro rostro de las cosas: el boliviano
Mientras lo antedicho ocurre en torno a Chile, algo realmente muy distinto sucede en la “nueva” Bolivia de Evo Morales, donde la fea sombra de la corrupción se proyecta sobre una economía presuntamente en transformación, paralizada en la realidad, visiblemente empantanada y cada vez más anárquica, por donde se la mire. Con tonos de revancha por todas partes, el avance concreto en lo económico-social es insignificante.
La semana pasada, como es habitual, las carreteras bolivianas hacia la Argentina y Chile amanecieron cerradas. Cortadas, entonces, a la manera de nuestros piqueteros que se apoderaron de los puentes al Uruguay, mientras la Argentina –como nación– incumple el laudo arbitral adverso que recibió en el tribunal ad hoc del MERCOSUR que analizó su conducta (o más bien, su “omisión de conducta”) y concluyó que estamos violando abiertamente nuestros compromisos, como si esto (pese al laudo explícito, contra el que nos estamos increíblemente revelando) no tuviera ninguna importancia.
Ocurre que los agricultores del Departamento de Tarija, el más rico de Bolivia, cortan los caminos y rutas porque quieren administrar ellos mismos los fondos destinados a financiar proyectos de desarrollo provistos por la ONU, en contra de la decisión de la Prefectura local de administrar ella esos recursos.
Insólito, por anárquico, como todo en Bolivia, y en algunos rincones de nuestro propio medio que operan con las reglas del país del norte.
También están absolutamente cortados los accesos entre La Paz y Oruro, en el altiplano, a 4.000 metros de altura, por quienes rechazan una concesión del servicio eléctrico para la zona y pretenden así gobernar ellos mismos.
Mientras esto sucede, Evo Morales habla de permanecer en el poder luego de las elecciones anticipadas que acaba de anunciar para 2008. Por todo el tiempo que pueda, en función de una nueva Constitución que procura hacer aprobar y que, seguramente, no limitará las posibilidades de reelección del dirigente aymara.
La oposición que –si se une– tiene posibilidades ciertas de derrotar a un desprestigiado Morales, anuncia distintos candidatos a disputar la presidencia, incluyendo algunos que –ayer nomás– militaban en el MAS, el partido político que responde al actual presidente.
Más de lo mismo, entonces. Una pena. Por la incapacidad de un Morales que desconoce cómo funciona el mundo y la cada vez más notoria corrupción de sus partidarios, que hasta venden el “acceso” a los cargos públicos en la empresa estatal de hidrocarburos.
Hacerse “el sota” tiene siempre costo
Contra lo que alguno, solícitamente condescendientemente con el gobierno de Kirchner, sostuvo tras la última visita de Hugo Chávez a nuestro país, el hecho de haberle facilitado el espacio, la oportunidad y hasta ayudado ostensiblemente a organizar el acto antinorteamericano en el estadio de Ferrocarril Oeste tiene su costo. Y seguramente es alto. Alguna vez lo sabremos.
Una imagen argentina ya intensamente desteñida por el antecedente (mucho más grave) de lo acontecido en la Cumbre de Mar del Plata, cuando Néstor Kirchner (entonces, el anfitrión) ofendió abiertamente al presidente George W. Bush (su huésped), empeoró fuertemente como consecuencia de lo de Ferro.
Saliendo de la desconcertante posición asumida reiteradamente por el Departamento de Estado, que sugiere –aunque sin demasiada convicción–que hay una relación “excelente” con la Argentina (que sus funcionarios saben bien no es tal), el número tres de esa institución, Nicholas Burns, en una conferencia realizada nada menos que en el Consejo de las Américas, dirigiéndose expresamente al Embajador Bordón, hasta entonces sentado plácidamente en primera fila, dijo: “Lamento que esta protesta (la de las usuales diatribas de Hugo Chávez en Ferro) se haya realizado el mismo día que nuestro Presidente estaba en Montevideo (…) este es el sentimiento del gobierno de los Estados Unidos. Y agregó: “La decisión del gobierno argentino no fue la correcta”. También señaló que “nos gustaría tener una relación más consistentemente amigable con la Argentina”. Lo que es lo mismo que decir que no la tienen. Desde hace rato.
Era hora de dejar de confundir a muchos argentinos con declaraciones que, hasta ahora, han hecho creer –a algunos desprevenidos– que había realmente una relación bilateral sin mayores dificultades. Macanas. Queda visto ahora que esto no es, para nada, así.
Muchos de nosotros ciertamente ya lo sabíamos, por conocer a los actores. Pero, por fin, escuchamos palabras despojadas de un cinismo profesional, que se había transformado en inaguantable y que la administración nacional aprovechaba políticamente, al máximo. Hoy sabemos mejor “de qué lado estamos”.
Las cosas han cambiado, entonces. Dramáticamente. Por esto, el siempre solícito canciller Jorge Taiana, una vez más, repudió (por “inaceptables”) los dichos del Departamento de Estado norteamericano.
No sorprende, siempre lo hace, desde que su función es poco más que la de un “fusible oficial”. No el que toma las decisiones, por cierto. Es más bien alguien que, a la manera de un “Chirolita”, responde a los impulsos de otros, que prefieren tomar distancia, para presuntamente preservarse. Ayuda así a tirar las piedras y esconder sus manos, para que no se note. Pero se nota, según ahora está claro. La verdad es que ya no confunden a nadie, en el exterior al menos. En casa, posiblemente hay giles. Y amigos o compañeros de ruta que entonan –solícitos– las mismas melodías que, desde hace décadas, alimentan las almas de algunas de nuestras máximas autoridades, con sabor a internacional.
El desencanto norteamericano, por lo menos, está meridianamente en la mesa. Sin que nadie se llame al engaño.
Como ya es habitual, el siempre solícito Octavio Bordón, sorprendido por una situación inesperada, negó –inmediatamente– que los dichos de Burns constituyeran o pudieran ser tomados como un reproche contra su gobierno. Nada de eso. Según él, sólo son un comentario, sin intencionalidad. Apenas eso. Estaba distraído, seguramente. A su canciller Taiana le causaron, en cambio, una impresión sumamente diferente, según hemos visto.
Lo de Bordón fue una exteriorización más del “culto a la verdad maleable” que practican nuestras autoridades, en este caso, en su versión extramuros. Pero siempre (como todo) para el consumo interno argentino, de todos nosotros, entonces, que nuestros funcionarios presumen somos lelos.
Increíble, pero ya estamos acostumbrados a esto, expresión obvia de nuestra propia cara. Usted, lector, sabe bien a cuál de las dos caras prevalecientes en la región la nuestra corresponde hoy. Y duele.
Lo cierto es que nuestro creciente anti-occidentalismo está cada vez más a la vista. Sin que las cortinas de humo puedan ocultarlo. Está basado en tres discutibles premisas centrales, que alimentan y fogonean la visión” oficial:
1. Que los Estados Unidos han sido ya derrotados en Irak y que, por ende, están en un proceso de acelerada decadencia. 2. Que en la constelación occidental hay diferencias absolutamente insalvables entre las visiones norteamericanas y europeas sobre todos y cada uno de los temas centrales del escenario internacional. 3. Que hay que esperar, un poco nomás, para que China y la India sean los amos indudables del mundo, en cuyo nuevo bando presuntamente mucho más afín con nosotros queremos estar.
Insólito, pero así de torcido piensan algunos de nuestros líderes. Y éste es el gran riesgo para la Argentina: equivocarse feo, una vez más.
Por esto –de modo coherente– minimizamos todos y cada uno los programas de entrenamiento con los Estados Unidos (con la sola excepción de UNITAS, que va mucho más allá de la cooperación con el odiado país del norte); cerramos la misión militar ante la OTAN; compramos nuestras armas a Rusia, sin advertir lo que le pasara a Perú por haber tomado esa decisión; nos retiramos, con instrucciones, del “Grupo Occidental” en materia de desarme; nos despegamos del Brasil, Chile y México, aunque sin dejar de “obarlos; actuamos cínicamente –y sin matices– ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, fustigando y condenando permanentemente a Israel… Todo con idéntico sabor. Ésa es la política.
Éste, el filosófico, es entonces el gran problema. Y quizás, según hemos visto, haya empezado a ser evidente. Demasiado evidente. Aquí y afuera.
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Emilio Cárdenas se desempeñó como representante permanente de la Argentina ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU).