que te den por muerto antes de tiempo conlleva alguna ventaja.
La historia del periodismo está repleta de muertes publicadas anticipadamente, de errores obituarios, de pésames fallidos. Hace unos días, Pedro G. Cuartango recordaba en El Mundo algunos de ellos, después de que en varios medios “mataran” al veterano sindicalista Marcelino Camacho, que al final y desgraciadamente ha fallecido.
Bob Hope, Mónica Vitti, Bernard Shaw y en nuestro país Tony Leblanc o el Fary, por ejemplo, sufrieron el anuncio de su desaparición física estando vivitos y coleando, imagino que con una estupefacción mayúscula y no poco alivio por desmentir el anuncio.
Aunque el desliz periodístico tiene la gracia justa, porque a nadie le puede gustar que se lo carguen de forma prematura y sin pedirte opinión, que te den por muerto antes de tiempo conlleva alguna ventaja.
Teniendo en cuenta nuestra tendencia natural a ensalzar a los finados, a acentuar sus virtudes y ocultar sus defectos, a hacer una semblanza laudatoria y a no escatimar los calificativos más generosos (¡qué bueno era! o ¡se van los mejores!), poder leer en vida todo lo bueno que piensan de uno es más interesante y agradable que no enterarse de nada después (¿o sí?).
Por unos minutos u horas, convertido en un difunto involuntario, debe ser curioso descubrir facetas de nuestra personalidad que a lo mejor ni imaginábamos, cualidades insospechadas, retratos muníficos, condolencias inesperadas, lágrimas sinceras o lamentos de cocodrilo.
Claro que, también te pueden mandar al otro barrio entre la más absoluta indiferencia. Por eso, lo mejor, es no precipitarse y driblar a la parca mientras se pueda.
// OTROS TEMAS QUE TE PUEDEN INTERESAR