Brasil va raudamente camino a sus próximas elecciones presidenciales, las del próximo mes de octubre. Conmocionado. Dividido. Mal.
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Jueves, 12 de septiembre 2024
Brasil va raudamente camino a sus próximas elecciones presidenciales, las del próximo mes de octubre. Conmocionado. Dividido. Mal.
Cuando falta menos de un mes para el 7 de octubre, día mismo de las elecciones, los dos principales candidatos están en situaciones realmente inéditas.
Uno (el izquierdista ex presidente Lula),pese a liderar las encuestas está en prisión y con una pesada condena ya casi firme sobre sus hombros, a doce años de cárcel, por lavado de dinero y corrupción. Inhabilitado por ley, acaba de dar un paso al costado.
Y el otro (el parlamentario derechista y ex militar Jair Bolsonaro) está por su parte en el hospital, recuperándose -como puede- del que fuera un cobarde y sorpresivo atentado del que resultara víctima,perpetrado en plena calle, durante un acto público. Bolsonaro fue blanco de un ignoto agresor, armado con un cuchillo de grandes dimensiones y claramente dispuesto a matarlo.
El Partido de los Trabajadores -fundado en su momento por el propio Lula- ante ese cuadro tuvo que alinearse tras la candidatura de Fernando Haddad quien, de ser el compañero original de fórmula de Lula, pasaría a ser, en cambio, cabeza de la fórmula izquierdista. Sin Lula, claro está. Acompañado en cambio por Manuela Dávila, una joven dirigente del Partido Comunista.
Haddad pareciera, ser respecto de Lula, lo que el marxista boliviano Alvaro García Linera ha sido a Evo Morales. Su principal ideólogo, su compañero de rutay su permanente asesor.
El paso al costado de Lula era ciertamente inevitable, además de ser efectivamente lo que legalmente corresponde hacer. Pese a que, curiosamente, aún estando en prisión, el ex sindicalista brasileño concitaba, muy paradójicamente, nada menos que el 39% de las intenciones de voto, expresión, presumiblemente, de un alto nivel de “clientelismo”.
La candidatura de “Lula” parece haber hecho regresar a los militares brasileños al escenario de la política. Lo que es peligroso. Opinando sobre el pedido del Consejo de Derechos Humanos de la ONU en favor de mantener vigente la candidatura del ex sindicalista, el Comandante en Jefe del Ejército de Brasil, General Eduardo Villas Boas calificó a ese mensaje de: “intento de invasión a la soberanía nacional”.
Ocurre que, en Brasil, quien ha sido condenado sucesivamente por dos tribunales judiciales no puede ser candidato a ejercer cargos electivos. Lo que parece ciertamente sensato y es, por lo demás, la regla de juego, para todos por igual.
Tras el atentado contra Jair Bolsonaro y la inhabilitación judicial específica de Lula, las cosas están bastante reñidas respecto de la elección presidencial. Bolsonaro lidera las encuestas con el 24% de las intenciones de voto. Le siguen la ecologista Marina Silva y el izquierdista Ciro Gomes, con entre un 11 y un 13% de intenciones, cada uno de ellos.
Luego aparecen: el preparado candidato centrista, Geraldo Alckmin, con un 10% de las intenciones y Fernando Haddad, el sorpresivo heredero de Lula, todavía con un tibio 13% de esas intenciones, que debería crecer rápidamente para mantener la ilusión de la izquierda de reconquistar la presidencia de Brasil. Lo que no es imposible, pero tampoco seguro.
El signo de interrogación sobre el futuro inmediato de Brasil es, queda visto,bien grande, entonces. Peligroso, por demás.
Camino a las elecciones que se acercan y pese a las presiones, Brasil no modificó su calendario electoral. El presidente Temer, aun considerando su debilidad y su impopularidad, completaría su mandato y el 1º de enero próximo entregará el mando a quien resulte finalmente electo.
Brasil está –es claro- polarizado políticamente. Si el nacionalismo regresa al poder de la mano de Jair Bolsanaro volverá a campear la teoría de su “destino manifiesto”. Y en lo económico, puede regresar el proteccionismo. Si, en cambio, Haddad resulta finalmente ganador, no es imposible pensar en el renacer del populismo, en coincidencias con el evangelio ideológico de los kirchneristas.
Ninguna de esas opciones es para pararse y aplaudir, por cierto. Y ambas repercutirán en nuestro propio país, de un modo u otro.
(*) Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.
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