Oriente Próximo, Política

Un príncipe audaz y peligroso

El joven príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohammed bin Salman, es todavía un líder visiblemente inexperto. Aunque –en su arrogancia- él mismo no lo crea. Pese a lo cual, pagado de sí mismo e impulsivo, incursiona constantemente en el escenario internacional, como si sus pulmones necesitaran respirar constantemente visibilidad.


Y, hasta ahora al menos lo ha hecho, aunque con suerte muy variada. En rigor, pocas veces le ha ido bien, pese a lo cual mantiene una suerte de peligroso endoso en blanco por parte del presidente norteamericano, Donald Trump. Que es, presumiblemente, la contrapartida comercial a las fuertes compras de armamentos de Arabia Saudita a la siempre sedienta industria bélica norteamericana.

En efecto, el príncipe intentó bloquear económicamente a la independiente Qatar, para terminar arrojándola a los brazos de Irán, transformada ya en su aliada más cercana en el mundo árabe.

Además, detuvo al líder libanés Saad Hariri, lo que de inmediato abrió paso para que Hezbollah, la aliada “shiita” local de Irán, se hiciera efectivamente del timón del gobierno del Líbano. Dos fracasos geopolíticos evidentes. Y bien duros, por cierto. A los que hoy se suman los tropezones sauditas en el actual conflicto interno yemení, en el que su rival político regional es, otra vez, Irán.

A todo lo que también se agrega, aparentemente, la sospecha de que el príncipe pudiera tener alguna responsabilidad, en las sombras, por el cobarde asesinato del periodista saudita, Jamal Khashoggi, en Estambul, que fuera perpetrado misteriosamente en el interior mismo del consulado saudita de esa enorme ciudad otomana.

Pero su notoria ambición de figuración es muy grande. Ella lo ha llevado a ser nada menos que el “dueño de casa” en la próxima reunión del G-20, que tendrá lugar en el próximo mes de noviembre, a la que asistirá nuestro país.

Ahora se ha enfrentado, de lleno, nada menos que con Rusia, por falta de concertación de una visión exportadora común que permita la complementación, generando un “shock” petrolero al aumentar -repentina y fuertemente- la decisiva oferta petrolera de su país a los mercados internacionales, para castigar las exportaciones rusas de hidrocarburos al Viejo Continente.

De algún modo, Arabia Saudita –que pretendía dañar a los productores norteamericanos a partir del “shale”- sufrirá, ella también, algún daño temporal como efecto no querido de la fuerte y sorpresiva expansión de su oferta de crudo.

El príncipe sigue de cerca, según queda visto, los pasos del recordado rey Faisal, quien en 1973 utilizó al petróleo como arma en el conflicto que entonces enfrentara al mundo árabe con Israel.

En este caso, curiosamente, sus blancos –cabe reiterar- son los productores de crudo a partir del “shale” norteamericanos, a los que el príncipe, sin decirlo, procura sacar del mercado. Todo un tema.
 

(*) Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.

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