América, Política

La salud de los venezolanos enfrenta un profundo drama

Así lo certifica un informe reciente, absolutamente lapidario, de la propia Organización Panamericana de la Salud.


Todos los que pueden, escapan presurosos de la Venezuela bolivariana. Como lo hicieran en su momento los recordados “balseros” cubanos. Ocurre que vivir sumergidos en la burda dictadura que se ha instalado en el país caribeño y lo ha destruido está muy lejos de ser el ideal de nadie. Porque allí no se atiende ni siquiera la salud del pueblo. Ocurre que los médicos se han sumado al natural “malón” de escape que huye de Venezuela. Y hoy escasean.

En los últimos cinco años, emigraron de Venezuela nada menos que unos 22.000 médicos. Hablamos de más de la mitad de todos los médicos de los que Venezuela disponía. De una tragedia social de envergadura.

Así lo certifica un informe reciente, absolutamente lapidario, de la propia Organización Panamericana de la Salud.

Además se fueron de Venezuela el 33% de los bío-analistas y el 24% de las enfermeras. Y la falta de elementos y medicamentos disponibles ha llevada a la práctica médica venezolana a niveles paupérrimos, los de hace ya cincuenta años. La gran víctima es naturalmente el pueblo venezolano, especialmente aquellos más pobres.

En los últimos dos años, la proporción de camas utilizables en los hoy desprovistos y dilapidados hospitales venezolanos se redujo en un 40%. Las muertes maternas, por su parte, aumentaron un 66% y las de niños y niñas un 30%.

Un verdadero horror, del que nadie habla. Salvo los perjudicados, esto es los propios venezolanos que, por los motivos que fueren, no han podido hacer otra cosa que resignarse a convivir con su triste desgracia. Bajaron la cabeza ante el autoritarismo socialista que los llevara, paso a paso, al desastre en el que hoy viven. Como los cubanos, fueron empujados al atraso. Y allí están empantanados.

Como era de esperar, en ese desalentador cuadro real, las enfermedades transmisibles aumentaron. A fines de año, según se estima, habrá un vendaval de casos de malaria (unos 700.000), a lo que deberán sumarse las muertes causadas por el sarampión y la difteria que, hoy de regreso, han aumentado exponencialmente.

Esta es la dura realidad. No son globos de colores, sino desastres concretos. Pero, para las izquierdas vernáculas latinoamericanas, de esto no se habla. No existe, suponen.
Por esto el futuro regional parecería ahora estar en manos de “los Bolsonaros”. Para sorpresa de algunos. Aunque era un efecto previsible, sino inevitable.

La gente no quiere vivir en la opresión y en los malos tratos. Si puede, se va de Venezuela. Si no, la opción es el sufrimiento, del que obviamente la elite socialista se evade de mil maneras. Nicolás Maduro luce burdo, pero no parece estar desnutrido. Son cosas distintas. Y Maduro es, individualmente, un gran privilegiado, no un perjudicado.
Mientras la realidad es una desgracia, el gobierno de Maduro la niega y con una ola de propaganda procura disimular su fracaso y la dura crisis humanitaria que hoy se abate sobre Venezuela. Quieran o no, los 31 millones de venezolanos la viven y saben de los padecimientos que sufren y no consiguen librarse de la crisis, hija de la inocultable incompetencia de Nicolás Maduro y del planteo perimido del socialismo.

Sólo la mitad de los 31 millones de venezolanos tiene acceso a Internet. El resto es presa fácil de la incesante propaganda gubernamental que se empeña en insistir que “todo está bien” en Venezuela, incluyendo en el capítulo de la atención de las necesidades de la salud. Mentiras, por doquier, como costumbre.

Increíblemente un 28% de la población venezolana aún aprueba a los “bolivarianos”. No es una sorpresa, sino un mal hemisférico, más bien. Después de todo, un 27% de los brasileños aún aprueba a “Lula”, condenado a muchos años de prisión por corrupción y un 29% de los argentinos sigue apoyando a la ex presidente Cristina Fernández de Kirchner, pese a la gigantesca parva de juicios por corrupción que se han iniciado y avanzan raudamente en su contra.

Todo esto puede bien ser hijo de la ignorancia y del fanatismo político que sus cultores alimentan incesantemente con dádivas de todo tipo, cuyo costo efectivo al final pagan muy pocos.
 
 
(*) Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.

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